Midiendo el impacto de la perdida auditiva en la calidad de vida

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Traducción de artículo original “Measuring the Impact of Hearing Loss on Quality of Life” publicado por Elizabeth Masterson, PhD, CPH, COHC en el CDC (Centro de control y prevención de enfermedades del Departamento de Salud de Estados Unidos).

La pérdida auditiva es muy común en los Estados Unidos. Existen más personas que sufren pérdida auditiva que personas con diabetes, cáncer o problemas visuales. Así mismo, la pérdida auditiva ocupacional (hipoacusia laboral), causada por exposición al ruido o a químicos que dañan la audición, es la enfermedad más común relacionada con el trabajo y con el agravante que es irreversible.

La pérdida auditiva puede tener un profundo impacto en la calidad de vida. Inicialmente, los efectos son muy pequeños pero aumentan a medida que la sordera empeora. Para la mayoría de las personas, comienza percibiendo la voz de los demás como murmullos debido a que algunos sonidos no se escuchan bien. La persona frecuentemente pide que le repitan y esto se vuelve frustrante para ambas partes. Ambos comienzan a limitar la extensión y la profundidad de las conversaciones.

A medida que la pérdida de la audición empeora, se hace más difícil entender a otros cuando hay ruido de fondo.  Las reuniones sociales y aún una cena en un restaurante, se vuelven actividades aislantes debido a la inhabilidad de entender lo que la gente está diciendo y la persona no puede contribuir a la conversación. Con el tiempo, estas barreras de comunicación pueden llevar a tensiones en las relaciones con la pareja, disminución o pérdida de amistades y se limita la interacción con los compañeros de trabajo y supervisores.

Existen otros efectos de la pérdida auditiva tales como, la pérdida del goce o disfrute. La música… los sonidos de la naturaleza…. la voz del nieto… todos los sonidos que queremos escuchar, se vuelven mudos y de mala calidad. Una persona aún con pérdida auditiva leve, tiene problemas para escuchar los sonidos más suaves, dificultades para diferenciar entre los sonidos más suaves y los más fuertes y sufren de fatiga auditiva.

Para compensar ésta pérdida de sensibilidad auditiva, la gente con pérdida auditiva necesita “subir el volumen” todo el tiempo. El hecho de mantener la TV y la radio en volumen alto, puede ser molesto para los demás. La esposa o el compañero de habitación, pueden preferir ver TV en otro cuarto, convirtiendo una actividad de grupo, en una actividad individual.

La seguridad también puede comprometerse. Los sonidos de una tetera hirviendo, una alarma de vehículo dando reversa, el motor de un carro que se aproxima, pueden no ser escuchados. Se sabe también que los trabajadores con pérdida auditiva, tienen más tendencia a lesionarse en el trabajo.

No sorprende que todos estos retos auditivos terminen por afectar la salud mental de la persona: La sordera está fuertemente asociada con depresión. La persona deprimida tiende también a participar menos en actividades con otros y por lo tanto los efectos de la combinación: pérdida auditiva más depresión, empeoran el aislamiento.

La hipoacusia o pérdida auditiva, se asocia también con deterioro cognitivo, que incluye pérdida de la memoria y habilidades de pensamiento. A medida que la persona pierde su habilidad para escuchar, deja de usar las partes de su cerebro relacionadas con la audición y éstas a su vez se comienzan a dañar. Esto es un caso de “lo que no se usa, se daña”.

Con frecuencial las personas con pérdida auditiva, tienen sufren de “zumbidos en los oídos” (tinitus). Este incómodo sonido se percibe en los oídos o en la cabeza. Para algunas personas el tinitus puede ser tan molesto, que puede interrumpir el sueño y la concentración, incrementando la fatiga y afectando la atención (estado de alerta). El tinitus puede ocurrir de forma intermitente o continua. Como la pérdida auditiva, el tinitus puede también impactar la salud mental y se asocia con ansiedad y depresión.

Tomado de: https://blogs.cdc.gov/niosh-science-blog/2016/04/27/hearing-loss-years-lost

Traducción realizada por Elizabeth Gómez, Md. UPB. Especialista en administración de Salud y seguridad Social PUJ.

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